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Mezcla, control social y gentrificación


por Matthieu Giroud , 25 de septiembre de 2019


La gentrificación a menudo es favorecida por las políticas públicas, en nombre, entre otras cosas, de la mezcla social. Sin embargo, en la investigación urbana, este tipo de discurso es objeto de fuertes críticas.

Gracias por la traducción a la revista Territorios.

Matthieu Giroud era geógrafo, doctor en geografía por la Université de Poitiers (bajo la dirección de Françoise Dureau). Obtuvo el premio Prix de thèse 2008 del Comité National Français de Géographie. Era profesor investigador de geografía en la Universidad de Paris-Est Marne-la-Vallée. Matthieu Giroud fue una de las víctimas del atentado terrorista perpetrado en el Teatro Bataclan en París el 13 de noviembre de 2015. Se puede consultar sus trabajos en
http://acp.u-pem.fr/equipe/matthieu-giroud/
http://migrinter.labo.univ-poitiers.fr/membres-2/membres-4/matthieu-giroud/

«Disfrazar la gentrificación de «mezcla social» es un muy buen ejemplo de cómo la realidad del proceso ha sido borrada en favor de una retórica discursiva, teórica y política que sistemáticamente descarta cualquier forma de crítica y resistencia» (Slater, 2006, p. 751). Esas son las palabras utilizadas por el geógrafo británico Tom Slater para evocar cómo el éxito político y mediático del eslogan de la mezcla social contribuye a desviar a los investigadores en ciencias sociales del estudio de los efectos sociales de la gentrificación, en especial, de los mecanismos de evicción de las poblaciones más fragilizadas. Es así como pocos serían quienes tienen la ambición de denunciar la disimulación de políticas de gentrificación mediante la implementación de medidas para crear las condiciones de permanencia, de llegada o de frecuentación de las clases medias y altas en barrios populares diagnosticados «en crisis». Si bien no se trata aquí de cuestionar fundamentalmente las conclusiones de Slater, sí es posible matizarlas, en particular, al mostrar que las reflexiones científicas iniciadas en Francia sobre las ambigüedades de la mezcla social como categoría política han encontrado cierto eco en la literatura francesa sobre la gentrificación de barrios populares y han generado fuertes controversias.

Lo que está en juego en estos debates es de índole social y político al mismo tiempo, ya que plantean —claro, más o menos de frente— la cuestión de la consideración y del tratamiento de las clases populares en barrios que se han vuelto (o se han vuelto a volver) atractivos y estratégicos no solo para los actores políticos y económicos locales, sino también para algunos citadinos más acomodados. Tener interés en la mezcla social en barrios en proceso de gentrificación consiste por lo tanto en interrogar el estatus y el lugar de las clases populares en el corazón mismo de las grandes metrópolis. También es interrogar sobre el papel de la presencia popular en una concepción de la ciudad ideal que, al prescribir la mezcla social como condición de cualquier forma de cohesión social, tiende hacia una visión pacificada, equilibrada y armoniosa de los barrios céntricos. Sin embargo, la “mezcla social” no se reduce a un proyecto en espera: en los barrios céntricos en proceso de gentrificación esta se ha impuesto como una norma, que se insinúa diariamente en las relaciones sociales, y evidencia relaciones de poder muy reales, a veces abiertas y asumidas, a veces más sutiles y latentes, entre grupos sociales o entre individuos . Estas relaciones de poder describen los contornos de las formas de control de las cuales las clases trabajadoras en los barrios en proceso de gentrificación son el objeto, pero también la inversa de las formas de desviación o de resistencia que estas últimas, en determinadas circunstancias, logran desarrollar.

Llevar los barrios populares céntricos a las normas de las clases medias

La forma en que se ha impuesto la mezcla social en la agenda de las políticas públicas implementadas en barrios en proceso de gentrificación está lejos de ser unívoca. La diversidad de los marcos legislativos nacionales en materia de políticas urbanas, las relaciones de poder políticas, las modalidades de involucración de los actores públicos y económicos locales, reunidos o no en el marco de coaliciones, pero también las dinámicas de los mercados de vivienda —la temporalidad, la intensidad y las formas espaciales tomadas localmente por los procesos de gentrificación— son algunos de los numerosos factores que influyen en los recursos a la «mezcla» en la acción pública.
A primera vista parece, en efecto, difícil ubicar en el mismo plano la forma en que se utiliza la mezcla social como punta de lanza de ambiciosas políticas de “regeneración” o de “renacimiento” urbano en Gran Bretaña o en los Estados Unidos —y, por lo tanto, como una floja garantía moral de políticas explícitamente orientadas hacia la evicción de las categorías populares e inmigrantes, y que podrían ser tildadas de “revanchistas”, tal como lo hace el geógrafo radical Neil Smith (1996)— y la forma como se moviliza la “mezcla social” por su capacidad de mantener un “desenfoque intermedio” entre los dos principios de justificación políticos opuestos: por un lado, la mejora de la situación de las clases populares que viven en estos barrios y, por el otro, la valoración de estos barrios para atraer nuevos residentes y actividades (Fijalkow & Préceteille, 2006).

Ahora bien, tanto en un caso como en el otro —que se refiera a intervenciones concretas o a discursos— el uso político de la “mezcla social” aparece profundamente normativo y prescriptivo. En efecto, ya sean incitativas y consensuales por aquí, o más violentas y cínicas por ahí, tales políticas urbanas son parte de una lógica a corto y largo plazo de “control estricto de la localización” (Simon & Lévy, 2005, p. 88) y de la distribución de las clases populares en los centros de las grandes ciudades.

Para ilustrar esto, detengámonos en el enfoque político que consiste en hacer de algunos antiguos barrios obreros en proceso de gentrificación “laboratorios” o “modelos” de mezcla social; situaciones que hemos podido observar en Grenoble y que se han desarrollado desde mediados de la década de 1990 por el equipo municipal del Partido Socialista de Michel Destot. El barrio obrero e industrial histórico de la ciudad se erige, en efecto, gradualmente en “el modelo de la mezcla en Grenoble”, lo que se concretizará tanto en una serie de intervenciones urbanas (en favor de la vivienda social, la rehabilitación del hábitat antiguo, la adecuación de los espacios públicos), como en la difusión de numerosas representaciones socioespaciales a partir de multitud de soportes (exposiciones, discursos públicos, publicaciones locales). La promoción de estas representaciones entra ciertamente en ruptura con la política desarrollada hasta ese entonces por el equipo municipal RPR (Rassemblement pour la République: Agrupación por la República, partido derechista ) de Alain Carignon, una política desinhibida de la valorización económica del sitio en nombre de la modernidad, a expensas de las poblaciones modestas del barrio, pero tiene, a pesar de todo, el objetivo de romper la imagen persistente de barrio de obreros y de migrantes.

La estrategia adoptada en materia de comunicación es, entonces, controlar las referencias, heredadas (obreras) o contemporáneas (migratorias), a la presencia de las clases populares, al integrarlas en el modelo de mezcla social. Por ejemplo, el discurso oficial insiste fuertemente sobre la continuidad histórica de barrio “mezclado”, imponiéndole de esta manera no solo una trayectoria urbana trazada con anterioridad, sino también una forma de misión. En semejante profecía, y como lo han podido observar Yankel Fijalkow y Marie-Hélène Bacqué (2006) acerca del barrio de la Goutte-d’Or en París, se asiste a una muy fuerte abstracción del pasado industrial y obrero más o menos reciente del barrio, lo que implica no solo una estetización selectiva de las huellas que ha dejado, sino sobre todo una simplificación extrema de las múltiples formas de relaciones sociales que han constituido el barrio desde su formación. Oposiciones, conflictos, luchas, controversias, inversiones en medios tonos, juegos de distancias y de proximidades, todas estas formas hacen que la vida de barrio aparezca edulcorada en el marco de esta reinterpretación política de la memoria colectiva local.

La lógica así descrita refleja en gran medida la crítica formulada por Patrick Simon y Jean-Pierre Lévy (2005) cuando defienden que «la insistencia en promover la mezcla se refiere a una lectura idealizada y totalitaria de la ciudad donde el “equilibrio” vendría a ordenar el producto de la historia urbana y de las luchas sociales» (p. 85). Pero con semejante imagen, la abstracción es también la de la situación actual del barrio marcada, en paralelo con su gentrificación, por dinámicas de precarización, empobrecimiento y exclusión, y por la dificultad de los poderes públicos de enfrentarlas. Manipulando la complejidad de lo real, al reducirla, la promoción de la mezcla social es, de esta manera, explícitamente parte de lo que Lydie Launay (2010) llama «un retorno a la “norma” de los barrios populares» (p. 8), que es a la vez social, económica, fiscal y política. Por supuesto, este “retorno a la norma” está estrechamente asociado con la gentrificación. Como lo recuerdan Yankel Fijalkow y Edmond Préteceille (2006), “la gentrificación parece en gran medida determinada por la forma como se describen los barrios populares” (p. 9). Es así como la imagen del barrio “modelo de mezcla social”, que por otro lado es a menudo transmitida por los promotores inmobiliarios o por algunos comerciantes que la convierten en un argumento de venta o en una estrategia económica, se dirige directamente a los gentrificadores recién instalados o susceptibles de serlo, incluso si no todos son sensibles de la misma manera.

Las ambigüedades de los discursos sobre la mezcla social

El lema de la mezcla social —a menudo asociado con los de la protección del patrimonio, de la valoración de lo auténtico, del barrio como pueblo, del acceso a la cultura— es presentado en los estudios sobre la gentrificación como una base común, social y culturalmente compartida por los gentrificadores. Para Anne Clerval, en su estudio sobre París, la valoración de la mezcla social puede interpretarse, por un lado, como “un reflejo de coherencia con una posición política” más bien orientada a la izquierda; por el otro, como un medio para los gentrificadores para que “se constituyan como un grupo social de pleno derecho” en una estrategia de distinción social con respecto no solo a las clases populares con las que cohabitan, sino también a las clases medias instaladas en los pabellones de los suburbios y a la burguesía de los “barrios chic”. Esta estrategia “les permite recuperar sus pares, viviendo como ellos en antiguos barrios populares” (Clerval, 2008, p. 104).

A semejante lectura clasista de las relaciones sociales, algunos oponen un enfoque renovado de las divisiones y fronteras de clases al integrar —además de los criterios de origen, de género y de sexo— la consideración de la promoción de nuevos valores morales, políticos, culturales y otras formas de pensar y practicar la ciudad. Desde esta perspectiva, Anaïs Collet (2015) pide precaución ya que “los gentrificadores son tan diversos”. Las consignas evocadas anteriormente pueden, de hecho, ser “definidas y defendidas de varias maneras de acuerdo con las fracciones de las clases medias o altas que las usan y de acuerdo con las configuraciones y los retos locales” (p. 198): las motivaciones de los gentrificadores “para involucrarse en su lugar de vida y las representaciones que los guían varían según las generaciones pero también, dentro de estas, entre fracciones más o menos intelectuales, artistas o técnicas de las clases medias y altas” (p. 33). Más aún, Sylvie Tissot (2011), en su trabajo en el South End de Boston dedicado a la burguesía calificada de “progresista” precisamente por su adhesión a la consigna de la mezcla social, insiste en la complejidad de los juegos de alianza que contribuyen a la gentrificación del barrio —activistas negros, fracciones estables de clases populares o propietarios de pisos amueblados, que están por turno aliados o son opositores de los propietarios blancos de clase alta (Collet, 2012).

En las prácticas y relaciones cotidianas con los miembros de las clases populares, así como en las formas de organización y de movilizaciones colectivas, se encuentra la variedad de disposiciones relativas a la mezcla social como valor. Si ciertos análisis promocionan sin dudarlo los beneficios de los intercambios (muy a menudo mercantiles) que permitiría la mezcla, lo cual sirve al paso como legitimación del proceso de gentrificación, la gran mayoría de los trabajos insiste, por el contrario, en las formas de distanciamiento, compartimentación, de agrupamientos “entre sí” e inclusive del separatismo de los gentrificadores con respecto a las clases populares [1].

De tal suerte que son sobre todo la ambigüedad e incluso el aspecto contradictorio de la experiencia ordinaria de los gentrificadores con respecto a la mezcla los que animan los debates. Ambigüedad o contradicción se ubican en diferentes niveles y varían según los contextos y las situaciones: entre la estimación de la mezcla como valor, por un lado, y los estilos de vida exclusivos, por el otro (Bidou, 1984; Clerval, 2013); entre las formas de solidaridad defendidas durante compromisos militantes y luchas (contra la renovación, por la reubicación in situ) y la realidad de la coexistencia en lo cotidiano con los miembros de la clase popular (Simon, 1995); entre ciertas formas de animación de barrio para promover, probablemente de buena fe, la mezcla en lo cotidiano y el efecto publicitario de estas acciones en potenciales gentrificadores, y finalmente, entre los diferentes registros de prácticas cotidianas que se desarrollan dentro de los espacios —militante, residencial, público o escolar—, donde puede (re)definirse la mezcla (Charmes, 2009), la ambigüedad más evidente se ubica sin lugar a dudas en la brecha entre la valoración de la mezcla social en el espacio público o residencial y el rechazo de la convivencia en el ámbito escolar (van Zanten, 2009).

Por lo tanto, la contradicción se encuentra en el desfase, muy a menudo observado, entre los ideales promovidos por los gentrificadores y sus acciones, y en la redefinición de las relaciones de poder y de control que derivan de ello. Según Anaïs Collet (2012), acerca del Bas-Montreuil de los años 1980 y 1990, «incluso cuando las prácticas y movilizaciones de los gentrificadores son parte de una tradición humanista que valora la igualdad y el encuentro entre grupos sociales; ellas no escapan menos a la instauración de relaciones de dominación» (p. 199). Sylvie Tissot (2011) demuestra muy bien en este mismo sentido cómo la adhesión de la burguesía «progresista» a la mezcla, si bien obstaculiza en cierta medida el desalojo de las clases populares del South End de Boston, es posible solo porque la mezcla está sujeta a un «control estricto» (p. 14). Este control, garantizado en el marco de una fuerte movilización asociativa, implica no solo una construcción de memoria local selectiva, que se hace a expensas del pasado obrero, inmigrante y afroamericano del barrio, sino también una vigilancia material y simbólica diaria, formas de distanciamiento, de inclusión y de exclusión, una asignación a lugares subordinados de poblaciones modestas e indeseables. Aquí como en otras partes, la mezcla social así regulada induce, por lo tanto, la redefinición profunda de normas y legitimidades locales, la profunda reorganización de la coexistencia social y, por este medio, el estrecho control de los modos de apropiación del barrio.

¿Sufrir, desviar o resistir?

¿Cómo reaccionan los “gentrificados” de las clases populares o de la franja inferior de las clases medias frente a estas formas de control político o social? En efecto, pocos son los casos donde todas las poblaciones amenazadas por el proceso de gentrificación se encuentran totalmente desalojadas de su barrio. Para autores como Jean-Yves Authier (1995) o Lévy (2002), la gentrificación se presenta “más como un roce de poblaciones y movilidades diferenciadas, como el producto social de un complejo juego en el cual sedentarios y móviles se rozan” (p. 200). Independientemente del estado de avance del proceso, los paisajes sociales de los barrios en proceso de gentrificación permanecen marcados por quienes logran quedarse o incluso, a veces volver. Propietarios de una casa comprada en un momento en que el mercado era accesible, inquilinos de una vivienda social, inquilinos en el mercado privado que desean quedarse en el centro al costo de malas condiciones residenciales, usuarios asiduos de larga data: las palancas para permanecer en estos barrios son múltiples, si bien parecen fuertemente marcadas por relaciones de dominación.

Los pocos trabajos empíricos [2] que se interesan de frente en los gentrificados —desplazados o no— revelan que la relación mantenida entre gentrificados y la mezcla social como valor moral, principio político o contingencia de las situaciones cotidianas, está lejos de ser unívoca. Es cierto que los efectos negativos en los hogares más modestos y frágiles de los cambios sociales y de las situaciones de copresencias forzadas generadas por la gentrificación están probados. La violencia social y simbólica creada por la proximidad espacial con las clases más altas, el sentimiento de encontrarse despojado de su propio barrio, de perder sus puntos de referencia, de volverse invisible en el espacio público a menudo generan malestar, frustración y rechazo, lo que se traduce, dependiendo de los individuos, en retiro sobre sí mismo o en prácticas de elusión, de indiferencia, de enfrentamientos o de confrontaciones.

Sin embargo, ciertos gentrificados intentan aprovechar los cambios sociales en curso y las formas de control producidas por la exhortación a la mezcla social. Esto ha sido observado en la esfera escolar o, a veces, en la forma como practican el espacio público o frecuentan espacios colectivos como los comercios. Es así como algunos gentrificados afirman tener la disposición para codearse con la alteridad, para obtener de la coexistencia un beneficio que, si no es social, al menos es simbólico. El principio de mezcla parece así desviado, ya que la mitología buscada con fines de distinción ya no es obrera o popular, sino burguesa. Por lo tanto, estas formas de apropiación de la mezcla social a menudo conducen a discursos de valoración que, de hecho, solo retransmiten la visión de las autoridades públicas. Es aún más claramente notable cuando los gentrificados tienen un interés económico en promover la mezcla social como algunos antiguos comerciantes que han sabido adaptar su actividad a las evoluciones de su barrio, o en el caso de algunos residentes propietarios para quienes la presencia de gentrificadores contribuye a la revalorización de su bien inmobiliario. Pero la existencia de tales casos particulares no debe ser sobreestimada.

La mezcla social tal como la conciben e implementan las autoridades públicas y algunos gentrificadores constituye un motor de la competencia que hacen los grupos sociales para el acceso a los recursos urbanos en barrios en proceso de gentrificación. La lucha es desigual, pero algunos gentrificados logran oponerse con cierta resistencia. A veces esta resistencia se expresa en luchas y movilizaciones colectivas, que pueden ser muy variadas en su forma (ocupación, manifestación, petición), en su contenido (contra los desalojos, la renovación, la gentrificación; por el derrocamiento del capitalismo) e inclusive en su grado de contradicciones internas (nivel de supervisión, autonomía frente a los gentrificadores).
Si rara vez es una reivindicación primordial, la crítica de la mezcla social aparece a menudo en filigrana con estas diversas formas de movilización.

Pero los gentrificados también pueden oponer una resistencia diaria a estos tipos de control, por ejemplo, a través de la manera en que perpetúan y difunden representaciones de su barrio, las cuales se emancipan de la visión pacificada y aseptizada llevada por la mezcla social, o también a través de la forma en que logran mantener ciertas posiciones residenciales —con riesgo de empeorar sus condiciones de vivienda— o prácticas diarias. Es así como algunos barrios en proceso de gentrificación permanecen fuertemente marcados por la presencia de poblaciones inmigrantes, cuyas venidas diarias influyen no solo en los ritmos y las marcas sociales, sino también en la imagen del barrio en el exterior. Esta capacidad de asegurar formas de continuidades populares, de ocupar el espacio público y de hacerse visible representa una palanca esencial en la competencia a corto y mediano plazo entre los diferentes grupos sociales por la apropiación y el control de su barrio (Lehman-Frisch, 2008).

Conclusión

Lejos de ser consensuales, los debates sobre la mezcla social en los barrios en proceso de gentrificación plantean de facto la cuestión del lugar, del rol y del devenir de las clases populares en los atractivos centros de las ciudades. Sin querer caer en el juego de oposiciones demasiado binarias (autoridades públicas versus habitantes, gentrificadores versus gentrificados), nos pareció importante, no obstante, recordar que la mezcla social, como referencia para la acción o como principio militante y humanista, a menudo conduce al control de las clases populares y de sus modos de apropiación del barrio; control que estas últimas pueden ser llevadas a desafiar vigorosamente. Es difícil extraer y generalizar lo que, en estas formas de control político y social, es parte de la paradoja no concientizada, del sesgo político-moral, de la relación de dominación o incluso del cinismo puro.
Sin embargo, en los barrios en proceso de gentrificación, como en otros barrios de la ciudad, “la mezcla como principio ideológico y organizador de la ciudad no lleva de ninguna manera a reducir las desigualdades relacionadas con las relaciones sociales" (Lenel, 2011). Aquí como en otras partes, “la referencia constante a la mezcla social dificulta las políticas redistributivas o las desnaturaliza” (Charmes, 2009) y se desvía de verdaderas medidas que se pueden tomar para reducir las desigualdades tales como las que consistirían en un control estricto de los precios de alquiler o en la obligación de indemnizar a un justo valor de mercado a las personas amenazadas de desalojo. Mientras la gentrificación no sea concebida como una fuerza segregativa que involucra escalas extremadamente finas de división social y formas renovadas de acceso desigual a la ciudad, hay pocas esperanzas de ver cambiar el papel otorgado a la mezcla social en las políticas urbanas desarrolladas en barrios céntricos.

por Matthieu Giroud, 25 de septiembre de 2019

Pour citer cet article :

Matthieu Giroud, « Mezcla, control social y gentrificación », La Vie des idées , 25 de septiembre de 2019. ISSN : 2105-3030. URL : https://laviedesidees.fr./Mezcla-control-social-y-gentrificacion

Nota Bene:

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Notas

[1Entre estos dos polos podemos destacar aquí la originalidad del trabajo realizado por Jean-Yves Authier y Sonia Lehman-Frisch: “La mixité dans les quartiers gentrifiés: un jeu d’enfants?”, Métropolitiques, 2013

[2Entre los trabajos recientes, ver: van Criekingen, 2002; Lehman-Frisch, 2008; Manzo, 2012.

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